Kirchnerismo líquido

El discurso más pro-capitalista, y por ende más polémica, de Cristina termina siendo naturalizado por los que dicen bregar en contra del sistema operante.

Cristina en el discurso del G-20 Cannes. En el fondo a la izquierda, Luis Betnaza (Techint); en el fondo a la derecha, Alberto Álvarez Saavedra, vicepresidente Pymi, ambos integrantes de la UIA.

 

Al escuchar el discurso de Cristina, yo creía que los medios oficialistas no iban a hacer mención del mismo. O que por lo menos iban a cortar ciertos fragmentos. Pero, por enorme sorpresa mía, no fue así. Las manos provenientes del establishmente mundial que aplaudieron a la presidenta son las mismas manos que los seguidores de 6-7-8.

(…) Si no hay consumo, señores, no hay capitalismo, no hay posibilidades de crecimiento de la economía (…) Si el capitalismo es eso, que la gente consuma. Y que ustedes, los empresarios, produzcan y vendan cada vez más. Este es el tema, esto es lo que esta fallando. Lo que estoy proponiendo, quién me habría visto en mis épocas universitarias ahora, estoy proponiendo volver al capitalismo en serio. Porque esto que estamos viviendo señores no es capitalismo, esto es un anarco-capitalismo financiero total, donde nadie controla a nadie (Aplausos).

(…)

Además, van cayendo los liderazgos. Y, permítanme desde la política no ya desde la empresa, se van a comenzar a cuestionar los fundamentos de la democracia. Porque cuando la gente vea que la democracia no les da posibilidades de trabajo, de progreso, de tener casa, de salud, comienza a cuestionar los funcionamientos del sistema político. Ustedes piensen que, no en términos de dos o tres años, piensen en términos de evolución histórica de la humanidad lo que ha pasado cada vez que el pueblo no ha podido comer. Y lo digo acá, en Francia, cuna de la Revolución Francesa: cambian los sistemas. No estoy anunciando el fin de ningún sistema, por favor. Simplemente estoy viendo: Mirá con perspectiva histórica y mirarlo con perspectiva de liderazgo histórico y ver que es necesario hacer un cambio en serio. (…) Sepan que si esto se profundiza, van a cuestionar las políticas mundiales actuales.

(…)

Tampoco nos creamos en el tema de la famosa revolución árabe, que solamente tiene que ver con la comida. Tiene que ver también con gente que tiene sistemas políticos diferentes a los nuestros y que no quieren vivir con las formas democráticas occidentales. (…) Y si no, miren las fotos de la gente que festeja las caídas de los gobiernos y vamos a ver gente vestida como musulmanes islamistas absolutos, y además en la primera elección democrática que se hizo en Túnez ganó un partido islamista moderado, pero islamista. Y no tengo nada contra Islam, en absoluto. Simplemente les digo: tengamos una real comprensión del mundo en el que estamos. No nos equivoquemos y sepan que si esto se profundiza, van a empezar a cuestionarse las democracias y las formas políticas actuales. Europa también tiene una historia en esto, de cómo surgen gobierno totalitarios, en medio de crisis económicas insolubles y que no pueden resolverse. Yo creo que estamos a tiempo.

(…)

Se los digo con la experiencia de una Argentina que vivió un 2001 caótico que hizo colapsar prácticamente nuestro sistema institucional y dividió a la sociedad. Muchas gracias (Aplausos).

Últimamente yo pensaba que el kirchnerismo podría generar un proceso de “derechización” en la población al pretender imponer una visión de congelamiento institucional. Que como todo está bien, que como se lleva a cabo un panorama tan favorable, entonces era necesario mantener ese panorama mediante la estabilidad de las estructuras. Pero ahora, no creí que eso sucedería en forma tan veloz como lo hizo la presidenta.

He estado comentando en joda que, a partir de ese discurso, las agrupaciones kirchneristas, más de izquierda, deben tener ganas de cortarse las pelotas. Bah, excepto La Cámpora.Ya me lo imagino al director de Aerolíneas Argentinas, que pertenece a dicha agrupación, acomodado en su sillón diciendo: “Fah, ¿sabés qué?, ese discurso me viene como anillo al dedo”.

En la coyuntura actual, hay toda una batalla de símbolos en el campo kirchenrista, que podría estar encarnado entre el conservadurismo sciolista y el progresismo sabatellista. Ambos se disputan por determinar qué direccionalidad va a tener el “supuesto modelo”, como dice la revista Barcelona. Scioli y sus seguidores son los que cooptan los espacios del aparato, mientras que los votos que cosecha Sabatella son muy escasos. Como una figura cumbre del partido, Scioli es parte de un motor capaz de empujar la gestión K a una órbita más apegada al macrismo, y lograr que nadie del aparato tenga cierta repulsión  de ello. Incluso Gabriel Mariotto, que desde las universidades se forjó una imagen de él como el referente de la lucha por la libertad de expresión, la realidad termina mostrándolo como un sujeto dispuesto a abrazarse con aquel que defiende el accionar de la policía bonaerense.

Ahora, todo eso se ha vuelto explícito en Cannes. No por culpa de Scioli, que después de todo es una simple muestra de algo más general. El kircherismo más institucionalizado se fundamenta mediante una mirada occidentalizada de la política, donde el “caos” forma parte de un uso lingüistico tanto para los más conservadores como los más “progres”. El caos como lo más temible para aquellos que sientan sus bases en la democracia representativa. Por desgracia, los que participan de ese modo de política, que encima creen que no hay otra forma de hacer política, están obligados a tranzar con las más acérrimas piezas del poder, o sea, de “la corpo”. Entonces, los más comprometidos, los que tienen buenas intenciones, deben entrar en una lucha deliberativa para enfrentarse a ese poder. Pero ese enfrentamiento, debería encarnarse mediante la performance del lenguaje.

Todo el mundo habla de lo grandilocuentes que son los discursos de Cristina. De una líder capaz de enfrentarse al verdadero poder. Cannes mostró una realidad distinta. Cristina no quiso enfrentarse ante el poder que lo rodea, sino regodearse con el mismo. No significa que sus convicciones se hayan degradado, sino que simplemente la confrontación con esos poderes, en ese lugar, en ese momento, no era el idóneo. Sin embargo, ese discurso termina llevándolos a un abismo basado en el fortalecimiento del propio sistema económico, desde la mirada de la derecha. La recuperación de la fe en la política, de parte de los jóvenes, termina siendo de la fe en la política derechista. Y no sólo en el discurso presidencial, sino también de aquellos medios que no son capaces de ser críticos a ese mismo discurso y que lo consideran como digno de ser aplaudido. Todo esto lleva a un proceso de naturalización y desencanto frente a las fisuras del capitalismo.

La modernidad se vuelve líquida, parafraseando a Zgymunt Bauman, para que el capitalismo evite llegar al tan deseado socialismo. Hoy en día, a nivel discursivo, el kirchnerismo termina siendo un eslabón histórico partícipe de la modernidad líquida. La «profundización del modelo» se había interiorizado como una transición al socialismo. Pero ahora, la exigencia de Cristina de crear un «nuevo capitalismo», y su aclaración que nunca fue «revolucionaria» sino una humilde peronista, habla de por sí de una concepción política encajada dentro del engranaje del sistema operante mundial.

En diciembre se cumplen diez años del 2001. Para muchos de los que integran los movimientos sociales, el pueblo estaba unido. Para nuestra líder, estuvimos divididos. Para el capitalismo, si no hay líder, no hay unión.

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