Entrevista a Teresa Arredondo, directora de la película Sibila, un filme familiar-político que apunta un tema tabú en Perú.
Viene surgiendo un cine que se interroga sobre la militancia setentista. Por lo menos, en algunos casos, interroga el ala guerrillera. Hoy en día, la pieza más popular de todas ellas es Infancia Clandestina, de Benjamin Ávila. En Córdoba, por ejemplo, ya se realizaron dos filmes apegados a este tema: Fotos de Familia, de Eugenia Izquierdo, cuya forma es tan cuadrada como un revelado fotográfico; y Cuentas del Alma, de Mario Bomheker, cuya espontaneidad ha permitido emerger un personaje bien cinematográfico. Pero también, de una militancia más contextualizada a lo contemporáneo: ya se realizó un biopic de Darío Santillán, se está realizando este año una de Mariano Ferreyra, y en noviembre se viene la de Néstor Kirchner.
Teresa Arredondo y Martín Sappia, realizadores de la película Sibila.
Y otro filme, mucho más sublime, es la realización hispanolatino Sibila. La película fue realizada por Teresa Arredondo, nacida en Lima y criada en Santiago. Es la sobrina de su protagonista, Sibila Arredondo, ex-esposa del escritor José María Arguedas, y condenada a 14 años de prisión acusada de terrorista por integrar al grupo violento Sendero Luminoso, en plena gestión de Alberto Fujimori. El hecho generó mucho ruido en la familia Arredondo y después mucho silencio para Teresa. Es así que empezó su búsqueda-interrogatorio a sus familiares más directos, y a quienes se animasen a enfrentarse a la cámara, para descubrir el porqué no le contaron todo esto, con un sentido de desmembrar un tema tabú tanto dentro como por fuera de la familia. Hasta finalmente, enfrentarse cara a cara con su propia tía (Sibila para ella), en pleno asentamiento en Francia.
Ideas Casi Principales le hizo una entrevista a Teresa para contar su experiencia en la realización del filme.
– La película seguramente surgió con ciertos interrogantes sobre tu familia, sobre tu tía. Pero me imagino que también te preguntabas sobre cómo explayarlo en forma cinematográfica. De ahí que al final elegiste hacerlo con una obra en donde todas sus tomas son planos subjetivos.
Si, la verdad que fue todo un tema bastante importante, desde el inicio del proyecto del documental. Porque justamente tenía que decidir cómo aparecía yo, cómo aparecía mi personaje en la película. Entonces, una de las opciones era estar delante de la cámara; y otra era detrás. En ese sentido, yo elegí esa visión subjetiva como tú dices. Yo hice la cámara de la película. También por necesidad de crear un espacio de intimidad con mi familia en todos los encuentros. En ese sentido, hubo una unión entre esa búsqueda visual y esa necesidad propia de la película de encontrarme con mis familiares.
Yo vi una gran cantidad de películas, muchas argentinas, en primera persona, películas autobiográficas, y de muchos otros lugares. De ahí un poquito fui encontrando mi propia manera. Esta es mi primera película, entonces también era como una búsqueda y un aprendizaje acerca de cómo narrar. Y opte por este tipo de tomas y por imágenes muy personales, como que confíe en lo que me pasaba a mi con esas imágenes, con el tema de la voz en off, también con las imágenes en Super-8. Tuve una búsqueda en ese sentido.
– Una de tus entrevistadas pidió no estar frente a la cámara. ¿Hubo muchos problemas para conseguir entrevistas?
La verdad que sí, de hecho nos pasó que teníamos un montaje final de la película con una secuencia de las compañeras de cárcel de Sibila. Y a último momento nos pidieron que no apareciera eso en la película, porque en Perú sigue siendo muy difícil este tema: ellas tienen muchas dificultades para, por ejemplo, encontrar trabajo.
Mi abuelo, que aparece finalmente su testimonio, me pidió que no apareciera. Y tres meses después me llamó y me pidió que podía usar lo que quisiera. Hubo otro tío que también iba a hablar, al final me pidió que no.
Entonces mientras hacía el documental, me iba dando cuenta de lo presente que todavía era este tema en Perú, y de lo difícil que todavía resultaba. Fue todo el tiempo un tranzar en este tipo de situaciones, que también es lo lindo del documental: ir recogiendo de lo que te da esa búsqueda.
– Recién comentaste que tuviste problemas en Perú con respecto a la proyección de la película.
Estamos evaluando qué posibilidades hay de mostrarlo, porque todavía creemos que las condiciones no son las apropiadas para mostrar testimonios de este tipo o para sostener este tipo de difusiones. A mi es un lugar que me parecería especialmente importante para poder abrir esta discusión y poder generar esta discusión.
– Creo que el momento climax de la película es cuando entablas la discusión con tu tía. ¿Cuánto duro el metraje total de esa charla?
(Risas) Fueron varios días. Fue en el último viaje que hice [a Francia] para reencontrarme con ella. Yo venía grabando con alguien que hacía el sonido y decidí, en ese último encuentro, estar yo sola con ella. Entonces, dejábamos puesto los micrófonos y me quedaba yo sola con ella.
Fueron varios días de estar conversando, conversando, hasta poder finalmente atreverme a hacer las preguntas que quería hacer y crear un clima en donde ella se sentía con la confianza para poder hablar. Entonces fue bastante material, pero por el otro lado me parece que lo que está en la película es lo más importante y lo más representativo de ese encuentro.
– Al terminar la proyección de acá [en el Espacio INCAA KM 700], hubo un debate que tuviste con los que vimos la película. Me imagino que esas polémicas son muy comunes en otras proyecciones en donde vos estuviste.
Sí, la verdad que se ha generado mucha discusión. Las charlas, en general, al terminar la película, son muy distintas. A mi lo que me ha llamado la atención es que se genera, de parte del público, mucho interés en preguntar lo que pasó, incluso en festivales. Es muy impresionante. Yo creo que la discusión es algo que la gente necesita y quiere hablar. Y en ese sentido me parece que se dan este tipo de discusiones todo el tiempo, de manera distinta según en qué país o en qué contexto. Pero sí se genera este interés y esta necesidad de opinar y dialogar. A mi como directora es como un gran regalo: que la gente se enganche y quiera hablar, me parece que ha sido uno de los objetivos.
– Para terminar, retomemos al principio. Tenías en un comienzo ciertos interrogantes que a lo mejor te dejaban la cabeza muy enmarañada. Después de haber concluido la obra, ¿estás más enmarañada que antes, no tanto o igual?
(Risas) Yo creo que cuando uno termina las películas, por lo menos lo que a mi me ha pasado, quizás uno va resolviendo cosas pero después se van abriendo otras. En ese sentido, para mi fue un gran aprendizaje tanto a nivel profesional como a nivel personal, familiar. Yo creo que para toda mi familia empezar a hablar de este tema que no se había hablado ha sido totalmente nuevo. Pero sí creo, y eso me gusta, es que se van abriendo otras preguntas, otros interrogantes, quizás algunas se mantienen, pero sí hay un gran cambio cuando uno empieza a pensar en el proyecto hasta que está en la sala hablando con la gente.
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La incomodidad de un tema se mueve desde lo personal. Pero esa cosa personal no se limita a un problema interno familiar. Trasciende hasta llegar a todo un país. Posiblemente un continente.
En la película, Sibila acusa a su nieta de utilizar el término “terrorismo” cuando alude a los actos que recurrió Sendero Luminoso. Así habla George W. Bush, apunta la abuela. Hay veces en que las simples palabras definen la verdad personal de una. Y son esas palabras, y no siempre los números de las víctimas, las que pretenden reconstruir, o en realidad construir, un cierto sentido del pasado. La pelea de sentidos forman parte de una puesta en escena. El problema es el silencio, que no es salud. Y al cine solo le queda iluminar ese sendero.